la gravedad

inguna historia comienza siendo un reflejo de cómo acaba. Poco importa cómo se sitúan los corredores en la línea de salida, aunque hay algo que jamás podemos pasar por alto: quienes miran al frente deseando comenzar la carrera. Los que ya atraviesan los primeros kilómetros con la mente mientras que los demás miran al suelo, ellos ya saben donde estarán dentro de un minuto, una hora o diez años.

 

Es 1976, y Ronald Gerald Wayne estaba terminando de trazar en un papel, con tinta india, un dibujo que más adelante sólo significaría un comienzo por pulir. Cuando terminó de perfilar a Isaac Newton leyendo un libro debajo de un manzano, le vino a la cabeza una cita de William Wordsworth para completarlo, que enmarcaría aquella escena: “A mind forever voyaging through strange seas of thought... alone”. En letras grandes, ya se podía leer “Apple Computer Co”, y éste fue el primer logotipo, aunque ésto no significara nada.

 

Siempre he considerado a la compañía como una refinería de mentes brillantes. La definición aplica perfectamente: Una estructura que destila materia prima para obtener productos de mayor valor agregado que comercializan al mercado. Sólo que en Apple, es la capacidad de ver más allá de la cinta de salida y saber anticiparse a dónde quieren estar en el futuro. Esta forma de entender la carrera no la tiene cualquiera, y ello hace que durante toda su historia, se haya producido una suerte de “selección natural” entre sus integrantes. Incluso entre quién más nos sorprendería, como aquel Steve Jobs destructivo que estaba convirtiendo el proyecto Macintosh en algo sorprendente a costa de descomponer el resto de la empresa.

 

En toda historia siempre hay conexiones que nadie logra ver, pero que en momentos de crisis acercan dos puntos al instante. Fue el momento del regreso de Jobs y todo lo que ocurrió después. También pasa que ciertas conexiones nunca se produzcan aunque las veamos, y aquello pasaba con Wayne. No podemos culparlo de ser un hombre “normal” entre dos calibres como Woz y Jobs, y del vértigo que aquello tuvo que suponer. Cuando abandonó Apple pensando que estaba abocada al fracaso, poco después de su fundación hace este mes 38 años, se convirtió en parte del tejido de la compañía pero nunca de su ADN. Nunca lo fue.

 

Aquel dibujo del Newton solitario bajo una manzana brillante no dejó de ser premonitorio, identificarlo con el personaje que él mismo había pensado fue exáctamente lo que pasó: la gravedad, al final, hizo que una manzana le golpease la cabeza. Jobs pidió un año después que Rob Janoff que simplificara el logotipo, su imagen de marca, creo que incluso sus visiones sobre el destino de la empresa. La manzana mordida aparcó aquel diseño original que comenzó una historia de una forma distinta, y que a su vez, guardaba entre sus trazos la historia del tercer fundador de Apple. Y la propia compañía se convirtió entonces en su propio producto.

 

Todos hemos oído o dicho alguna vez que Apple no suele gastar ni hacer grandes campañas de publicidad para promocionar sus productos. La tendencia está cambiando porque los canales de comunicación evolucionan: Internet, redes sociales, la era post-PC… Sin embargo, no debemos olvidar que posiblemente sea la empresa de la que más se habla incluso cuando no dice nada, o no está presente. Lo pude comprobar personalmente en el Mobile World Congress este año, donde los susurros sobre los productos futuros de Cupertino conectaban como éter cada pabellón repleto de tecnología.

 

A pesar de las grandes - y contadas - figuras que conocemos, Apple tampoco suele asistir a eventos ajenos, no recoge premios, no asiste a conferencias. Lo que unos identifican con altanería hay que saberlo entender desde otra perspectiva: el foco, son sus productos. Son lo que hacen, son la forma en la que lo hacen. Son aquello que construyen con la mirada puesta más allá de la línea de salida, y no quienes consiguen llevarlos hasta allí. Al igual que la idea de una tecnología que desaparece ante nuestros ojos cuando sostenemos un iPad se convierte “sólo” en una ventana al mundo digital, la compañía entera desaparece cuando tenemos delante toda esa materia prima destilada. Este producto.

 

Así que soñamos con participar en carreras, con salir los primeros y ser los más rápidos, pero al final, nada tiene sentido si no estamos donde imaginamos tiempo atrás que queríamos estar. O podemos no haber llegado aún. Si lo pensamos de cierta forma romántica, todo debe desaparecer y ser prescindible excepto el objetivo. El producto, la sensación, ese “Lo tengo” después de mil descartes.

 

Conseguirlo, convierte a quien lo haya hecho en algo excepcional, y por ello incluso lo oigamos en susurros cuando no lo esperemos, lo veamos detrás de una manzana brillante mordida o en la persona que nunca mira hacia abajo cuando empieza a correr.

 

Los llamamos genios.

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