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o sé cuando fue la primera vez que vi una keynote, hace más de diez años, pero recuerdo que aquel día vi todas las que habían disponibles. Me fascinaba el tratamiento que Apple hacía de los eventos y cómo creaba ese espectáculo para presentar sus novedades de la misma forma que diseñaba sus productos. Lo que más me sorprendía era algo que jamás había visto en ningún otro evento relacionado con la tecnología: el motor de cada palabra no quería conseguir clientes, sino apasionados por lo que ellos hacían.

 

Muchos pueden considerar esta forma de transmitir como parte de una maniobra comercial sin más, son una empresa al fin y al cabo, pero su forma de hacer las cosas diferentes estaba encarnada perfectamente en la figura de Steve Jobs. Tenía cada frase perfecta para cada momento adecuado, pero lo más importante, en ocasiones, lo decía su mirada, o la sonrisa al ver la aceptación de un público entregado. Ese nivel de conexión con el público y sus productos es algo único que envuelve cada presentación de la compañía en todo un acontecimiento.

 

Durante todos estos años, mi forma de ver las keynotes cambió. De usuario pasé a blogger y podcaster y eso me permitió dar mi opinión sobre ellas a quien me quisiera leer, o escuchar. Unos años después, como consultor y editor de tecnología, comencé a asistir como invitado a aquellas presentaciones que me dejaban años atrás pegado al monitor de casa. Si me preguntas algún momento mágico en mi vida, sería cuando asistí a la primera.

 

Conocerlas desde dentro te proporciona la perspectiva perfecta de lo que ocurre, es un pulso continuo a la compañía, a quienes la lideran y a los usuarios que esperamos las novedades. Por ello, siempre repaso después cada keynote en casa y recupero algún detalle que es imposible ver en la montaña rusa del día del evento. Sin embargo, la presentación del martes 9 de septiembre ya la he visto más de cuatro veces, porque me pareció encontrar a un viejo amigo.

 

Desde el fallecimiento de Jobs, Tim Cook ha llevado las keynotes de forma corporativa: muestra los productos, habla del estado de la compañía y en general, traslada las sensaciones de forma correcta. Pero jamás he visto lo que vi el otro día. Aquello que te hace sonreír y disfrutar con el evento, y era algo que ya he comentado sobre él en alguna ocasión: no queremos una imitación de Jobs, sino que disfrutase como él.

 

Y vaya si lo hizo. Fue valiente como nunca, y en su primera presentación de un nuevo dispositivo que también inaugura categoría dentro de la marca, se atrevió a cambiarlo todo: no habló de cifras que nos distrajeran de las novedades, se apasionaba con cada nuevo dato que nos contaba, nos presentaba todo con la importancia de alguien que quiere hacer algo más que vender tecnología. Quería que nos apasionara. Y no dejaba de sonreír, se emocionaba, y en cierta medida, supo trasladar esa emoción al público.

 

Con el iPhone 6 rompía la tendencia de un sólo modelo generacional, con iOS 8 se cargó la sobriedad del sistema operativo que ahora coexiste más con las aplicaciones y las novedades del software, hardware y servicios integrados en los nuevos móviles de Apple presumían no sólo de escuchar a los usuarios, sino de la buena forma del momento en general, y de que para lograr algo perfecto no tienes que ser el primero, tienes que ser el mejor.

 

El anuncio del Apple Watch era más una declaración de intenciones: “El dispositivo más personal que hemos creado”, y la incursión de la compañía en el mundo de los “vestibles”. Un mundo lleno ya de ideas pero no por ello acertadas: y creo firmemente que la visión de los de Cupertino sobre un reloj inteligente es la más prometedora. No se deja llevar por la tendencia de “miniaturizar un teléfono inteligente en la muñeca”, sino que se replantea sus posibilidades de forma que sea útil. El uso de la “corona digital” para hacer zoom dice mucho de estos análisis previos de estudio de producto: el contenido jamás lo taparás con los dedos cuando necesites precisamente una visión detallada de él.

 

Sobre el reloj, sólo hemos empezado a hablar. Estoy convencido de que las posibilidades son muchas más de las que imaginamos, a pesar de que no está carente de retos. Sin embargo, el sector de los “vestibles” es algo que necesitaba, y mucho, una visión como la de Apple. Quizás no nos encontremos en el páramo de 2007, antes de la salida del iPhone. Hoy el terreno es más complicado, con buenas opciones entre la competencia. Pero eso no complica las posibilidades del nuevo producto, a mí me gusta pensar que aún las potenciará más.

 

El fin de fiesta con U2 y el lanzamiento gratuito de su nuevo álbum en iTunes redondeó la idea que sin duda se buscaba del evento: la sensación de que algo grande estaba ocurriendo dentro de la empresa, no porque estuviera dormida, más bien porque volvía de un viaje. Y por lo que vimos aquel martes, fue un viaje fantástico que ha revitalizado a la compañía. Se avecinan tiempos asombrosos y las sorpresas con los nuevos productos no han hecho más que empezar.

 

Hace tres años le deseaba suerte a Cook. La tremenda responsabilidad de mantener el timón en ruta era algo que no se podía subestimar. Pero en realidad, le pedía algo más: que fuera valiente y supiera entender que los recursos de una compañía no se cuantifican, se transmiten. Se destilan de las creaciones acabadas, de las sonrisas al cambiar de diapositiva, de las miradas a la gente que aplaude. La tecnología necesita más sensaciones que hardware, y veo que eso está más vivo que nunca en Apple.

 

Gracias, Tim.

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