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ecuerdo que incluso antes de tener mi primer ordenador, un Amstrad CPC 464, ya vi que el problema de los bandos no era exclusivamente de los equipos de fútbol: también existían en la tecnología. En aquel momento, los “otros” para mí eran los de Spectrum. Bueno, también los de Commodore y los de MSX, pero la rivalidad directa era contra Spectrum. Discutíamos sobre gráficos, jugabilidad, el catálogo interminable de juegos de un lado contra la calidad de los del otro. El caso es que siempre había dos ganadores y dos perdedores, uno por cada lado.

 

Siempre tendemos a posicionarnos, y lo que defendemos no es un servicio, producto o equipo en sí, sino nuestra decisión. Indirectamente, tomamos una postura defensiva contra lo que creemos siempre es un ataque, y al final, termina convirtiéndose en eso. Algunas marcas también “ayudan” a ello, en el caso que nos ocupa es particularmente acusado, como por ejemplo, Apple. La fundación de la compañía se basa en pilares que sostienen la idea de tecnología y arte, ciencia y sentimientos. Al final, se trata de una dualidad entre lo físico y lo emocional, el producto y lo que nos provoca. Y no a todos nos provoca lo mismo.

 

Durante los más de 10 años que llevo interesándome por la compañía, y escribiendo sobre ella, he visto de todo. La he visto pasar de aquel símbolo minoritario incrustado en un portátil raro al que todos miraban en la biblioteca de la universidad, a convertirse en una de las marcas más reconocidas y admiradas del mundo. Y eso no sale gratis.

 

Como analista de tecnología, tengo la gran oportunidad de probar todo lo que la compañía lanza al mercado: eso me crea una panorámica que recrea el recorrido de lanzamientos año tras año, y también me permite dibujar lo que esos lanzamientos causan en el mercado, en los usuarios y en la competencia. Y hay un fenómeno que se repite, lo que yo llamo “el capón anual” a Apple por parte de no-se-sabe-bien-quien, que todos los medios (sobre todo los generalistas) se encargan de repetir. Saben muy bien que un titular con la palabra mágica “Apple” vende, y si el contenido puede ser sensacionalista, se pone más arriba y con letras bien grandes. Ya si eso luego hablamos de lo que venden realmente.

 

Este año ha tocado con el bendgate, el famoso problema del iPhone 6 Plus, que parece que se dobla. El caso, es que cuando comenzaron a aparecer los primeros casos, me preocupé por si el problema era lo que nos hacían creer: que se doblaba por arte de magia al tenerlo encima de una mesa o al usarlo mucho. Luego resultó que no, que al parecer el problema era que se doblaba cuando lo forzabas para probar que se podía doblar. O porque alguna gente no entiende del todo que una pantalla de 5,5” en un bolsillo corto y en horizontal no es la mejor idea del mundo.

 

Además es un tema del que no puedes escapar si tienes que escribir un análisis del producto: los lectores te lo demandarán, te acusarán si no lo haces, o te acusarán si no lo haces también de la forma que ellos quieren. Así que, descartando en medio segundo la posibilidad de forzar ningún iPhone, vi que la mejor forma era utilizarlo tal y como utilicé el modelo anterior. Al final no ocurrió nada, el móvil permaneció inalterable y privaron otros aspectos - que deberían ser lo más importantes - como su hardware, su uso y su diseño en mano. Al final no pasa nada, pero esos titulares quedan ahí, flotando y son difícilmente combatibles, excepto por el tiempo. Si algo me han demostrado todos estos capones anuales a Apple, es que en un mes la gente sólo habla del teléfono y no de la inventiva del redactor de moda, que posiblemente ya esté enzarzado contra otra causa.

 

La verdad es que estas situaciones siempre me recuerdan a aquellas guerras de bandos en el colegio: esos ataques indiscriminados, esas posiciones forzadas e incuestionables y ese error de fondo que consiste en pensar que la competencia no puede hacer nada mejor que la opción que tú has elegido. Y sin embargo, vivimos unos tiempos fabulosos para nosotros que - como consumidores - nos deberíamos beneficiar de estas luchas en las mejoras de los productos de las compañías, y olvidar de convertirnos en conversaciones de bar por ver quién grita más alto defendiendo a su equipo.

 

En esta generación, además, todos parecen ir cediendo. Apple aumenta el tamaño de sus pantallas porque el usuario se lo pide a ellos, tal y como hace a sus rivales. Abre - un poco, tampoco brindemos aún - el sistema operativo de sus móviles. Google, obvia su cadena de lanzamientos histórica y presenta un Nexus "premium" de casi 700€ rompiéndole los esquemas a sus clientes que buscaban Android “oficial” en un hardware potente a buen precio. Ambas compañías están ganando aquí de un feedback indirecto que procede de los hábitos de compra, de los cambios en la sociedad y, sobre todo, que mirar hacia adelante.

 

¿Entonces en qué quedamos? ¿Es el móvil que tengo el bolsillo, o el ordenador sobre el que escribo esto, el mejor móvil, o el mejor ordenador del mercado porque me lo haya comprado yo sobre toda la oferta del mercado? En realidad no. En tecnología, y deberíamos acostumbrarnos a ello, nunca gana nadie más que quien acierta con una elección. Y todos sabemos que las elecciones proceden de los gustos, de las opiniones personales y subjetivas y del contexto de nuestras vidas, donde ninguna es igual a otra. Así que tampoco será lo que elijamos.

 

No se trata de una carrera de características, el objetivo es que la suma de todo lo que compone un producto sea la receta exacta de lo que estamos buscando. Ese encaje perfecto es el mejor bando que nunca podréis elegir.

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