Esto es algo más que un eco de pasadas épocas, sigue siendo una constante en la actualidad, y de justificación delicada. La marca Apple abrazó el esnobismo cuando sus productos ya tenían rival y éste mantenía sus precios en un umbral alejado. A priori, el “efecto Audi”: un mayor precio por una insignia cuyas características técnicas tienen mellizos más baratos en el mercado y de calidad similar. Y, aunque evidentemente un precio más elevado que la mayoría tiene sus motivos, el porcentaje de "pago por marca" pesó más a nivel social, fomentado también por el comportamiento de determinados usuarios. La altanería puso fácil el que aún sigamos pagando justos por pecadores y sigamos aguantando comentarios, miradas y prejuicios por el simple hecho de que en la espalda de nuestro dispositivo haya un reflejo metalizado en forma de manzana.
El elitismo de Apple frente al empobrecimiento de Android, cada cual más lejos de la realidad, sobre todo en un momento en que en gama alta hay un preocupante empate de precios astronómicos; sobrepasan los 500€ independientemente del software que ejecuten, y es muchas veces más deseo que necesidad lo que fomenta su compra (cosa que es posible que veamos con el Apple Watch). El clasismo por terminal huele a medievo, a rancio, a risa, porque eso no pega ni con cola a una comunidad de usuarios que tontea con elementos tan contemporáneos como la tecnología NFC o el TouchID.
Cuando los entornos son diferentes es normal que la calidad general e incluso el estilo difiera en cuanto a los productos, y aquí nos encontramos con 2 versiones del tópico con respecto a las apps de un sitio y de otro: el “todo gratis y feo” para Android y el “todo de pago y elegante” de iOS. Bien, aquí haremos como con el software de nuestro terminal; es decir, igual que cuando sospechamos que algo se ha quedado antiguo comprobamos si hay actualizaciones disponibles, cuando escuchemos o leamos alguna de estas ideas preconcebidas en boca de alguien, preguntémosle qué versión de mentalidad tiene porque posiblemente tenga su versión muy anticuada.
Si bien es cierto que en estos aspectos pudo haber diferencias más acentuadas según plataforma (sobre todo a nivel de diseño), desde esto ha llovido mucho, tanto que hemos de ponernos en plan dinosaurio geek para acordarnos de una fecha aproximada o de las respectivas versiones de software. Cualquier persona que viva en el presente y haya al menos tonteado con las plataformas actuales (incluyendo Windows Phone y BlackBerry) entiende que tanto diseño como precio son cosas que dependen enteramente del desarrollador (o equipo de), y eso es obvio cuando dadas unas mismas herramientas, condiciones y demanda, hay apps que son casi obligatorias con independencia de la plataforma, gratuitas o no. «Me he comprado un Android porque así las aplicaciones son gratuitas»: el tópico permanece, pero de nuevo se queda lejos de la realidad, al menos de la de hace unos cuantos años, y otra vez los menos entendidos en la materia son las principales víctimas, ciñéndose a una opción u otra por falsos pretextos y siendo así una presa fácil de ciertos comerciales, aunque lo dejamos para otro momento.
Ésta, para quienes simpatizamos con el inconformismo digital, nos provoca una carcajada instantánea. Se trata de la asociación a una determinada plataforma por la disposición o afición a experimentar o alterar el software preinstalado de un terminal, adjudicando la curiosidad (a veces peyorativa) al usuario de Android y la comodidad o connotativa legalidad al
de Apple.
Con poco que te preocupes por saber algo de esto, de las posibilidades de modificar el software nativo de un smartphone, entenderás que, de nuevo, es una cosa individual, y como mucho de generalización coartada dependiente de ciertos gremios: es de esperar que haya más probabilidad en los entendidos en software de al menos curiosear las posibilidades de ese hardware que ha caído en sus manos, porque pese a sostener la misma pantalla y el mismo chasis que tú, su visión es algo más radiográfica y sus neuronas se estimulan imaginando las posibilidades de esa circuitería oculta. Sí es cierto que históricamente el jailbreak (instalar una versión de software no oficial en un iPhone) ha conllevado un riesgo importante y durante años (hasta iOS 6 aproximadamente) realizarlo era la equivalencia digital a una operación de transplante de corazón (y no tan digital, porque el miedo a perder tu terminal era de taquicardia). Pero desde hace algunas versiones el proceso se ha simplificado mucho y poco queda ya de aquellos sustos. En cuanto a lo que ya se conoce como “rootear”, ni todo el usuario de Android lo busca al adquirirlo, ni tampoco está exento de riesgos: sin que sea complicado en exceso, modificar el software nativo tampoco es cosa de niños en este caso.
Al final, el usuario medio, el normal, el que ni atiende a estas tonterías de los prejuicios, quiere un smartphone para comunicarse, y no va más allá de descargarse las apps pertinentes para ello. Ni hay que ver un pirata debora-código tras el robot verde ni hay que ver un ángel del software tras la manzana metalizada; es la curiosidad la que mató al gato, y la que determinó al zorro de la programación.
Infografías, posts y artículos en medios internacionalmente conocidos sobre cómo visten los usuarios de una plataforma u otra. Estas estadísticas resultan particularmente jocosas cuando, por ejemplo en España, el porcentaje de smartphones con Android es alrededor del 90%. Siendo así sería fácil ver y señalar un usuario de iOS en plena calle como quien encuentra a Wally.
De nuevo, este tópico tiene raíces socioeconómicas. ¿Cuáles son los perfiles que se asocia a cada usuario? Veamos:
Nada más lejos de la realidad. Estos tópicos se sostienen bien poco en la práctica; la prueba la tienes asomándote a la ventana o saliendo a la calle. O mirando tu armario: el mío sigue igual por mucho sistema operativo que toque.
Los tópicos son una losa abstracta que permanece generación tras generación en mayor o menor medida según el contexto y el ámbito al que pertenezcan, eso forma parte de eso que llaman condición humana, y muy característico e incluso tradicional en algunas sociedades, como la española. Por ello, lo más sano y divertido es tomárselos con humor y, ya sea por una camiseta, por una región o por una preferencia tecnológica, no llevarlos al aburrido terreno
del prejuicio, sobre todo porque en este loco mundo de la tecnología lo que menos sentido tiene es lo estanco; y es lo que al fin y al cabo agradecemos los usuarios, que haya una competencia entre fabricantes para que a nosotros, su destino final, nos lleguen productos más completos. Y por eso, por acabar de reírnos con estas ideas, os invitamos a hacer este pequeño test. Quién sabe, igual te llevas alguna sorpresa...