Cuando todo es grande y efímero, destacar es complicado, y por tanto el triunfo y el éxito también lo son. La batalla por destacar entre la mayoría y lucrarse cada vez es más ardua y esto es a la vez causa y consecuencia para el cliente final: los productos cada vez son más específicos y más complejos, pero a su vez hay una presión intrínseca, tanto por parte de los clientes potenciales clamando productos con “más de todo” como por parte de la competencia que en algunos casos puede
ser muy agresiva.
¿Es el Apple Watch el inicio de la era de los smartwatches de verdad?
El resultado tangible (y alarmantemente frecuente) de esta presión están siendo hornadas de productos con cuestionable estado de finalización, cada vez más atractivos y exclusivos. Pero estas joyas, estos huevos de Fabergé, están crudos por dentro, y todos sabemos qué pasa cuando el huevo no está tan cocido como debería. Esta prematuridad es especialmente inquietante cuando se trata de nuevos productos, los cuales requieren especificidad a nivel de hardware y software por sus características y uso final. Cuando los wearables ya se entienden como cotidianos y las pulseras de tracking han pasado gradualmente a un nivel mucho más discreto, desde hace algo más de un año los smartwatches parecen el nuevo objetivo común de los principales fabricantes: todos parecen querer conseguir el smartwatch perfecto, independiente, bonito y ligero. Skeumórfico en ocasiones. Y en este momento llega Apple y pretende dar un golpe en la mesa con un puño cuya muñeca viste un producto superior al menos en precio. ¿Es el Apple Watch el inicio de la era de los smartwatches de verdad?
El contexto: la cama hecha
En la actualidad el nicho de mercado está más que creado y parece que como fabricante te toque aunque sea carraspear al respecto

La lista de smartwatches ha crecido casi exponencialmente en menos de un año, aunque esto se debe en parte a que no haya una definición clara del concepto, y que muchos puedan subirse a este convoy aunque sea ya con el tren en marcha y de chamba. Aquí no sabemos qué fue primero, si el huevo o la gallina, si el rumor o el producto, pero el caso es que en la actualidad el nicho de mercado está más que creado y parece que como fabricante te toque aunque sea carraspear al respecto. Y es en este momento, cuando Samsung, Sony, Asus, LG y otros ya tienen incluso 3 generaciones de este producto, cuando va a llegar Apple con su Apple Watch (valga la redundancia, cargándose eso de “iWatch” que la rumorsfera tan convenientemente había bautizado). Incluso la gente no familiarizada con la tecnología (no tan directamente) se hace eco de esto y lo menciona con expectación, algo que no es casual, porque los de Cupertino ya acumulan dos presentaciones de un producto que aún no se vende, que la mayoría de los mortales sólo hemos visto de manera virtual gracias a los pocos “elegidos” que lo han podido probar y nos han transmitido sus impresiones. El público diana está caliente, las carteras de ahorros preparadas y la app en los iDevices que hayan actualizado a iOS 8.2. Todo listo y perfectamente preparado para cuando el Apple Watch entre en las Apple Store como cuando el huésped entra en la habitación del hotel que le espera y le invita a reposar en esa cama recién hecha. Pero, ¿realmente es esa cama tan confortable?

 

 

Para nada. Sí es cierto que Apple es Apple eso es siempre un colchón, cosa que hemos comprobado hace relativamente poco con sus últimos resultados y su fama pese a ciertas faltas imperdonables de calidad con alguno de sus productos (a nivel de software y hardware). Pero ese colchón se va a someter a examen por meterse en un terreno ya muy pisado por sus rivales. ¿La ventaja? Dicho renombre y lo verde que está la competencia. ¿La desventaja? Ser el nuevo, a todos los niveles, estar en el punto de mira tanto de quienes alaban como quienes atacan. Esa masa inestable que nadie sabe hacia qué lado inclinará la balanza, y si será el lado correcto y real. La cama pronto rotará 90º para ser un saco de boxeo al que abrazaremos o golpearemos.

Más allá de las promesas y las cajas premium
La elegancia es una premisa que cumplen los tres modelos, desde el Sport con su correa deportiva hasta la más exclusiva de las combinaciones del Edition con su esfera de oro de 18 quilates

Dicen que un rey no es nada sin su segundo de abordo, sin su hombre de confianza, y, no por ello desmereciéndolo, Tim I el Bueno tiene a Ive. El protagonismo del Sir de los microns ha ido en aumento progresivo por encargarse del diseño de los dispositivos Apple tanto a nivel de software como de construcción. Y el Apple Watch no iba a quedar fuera del efecto amazing: la elegancia es una premisa que cumplen los tres modelos, desde el Sport con su correa deportiva (¿eufemismo de plástico?) hasta la más exclusiva de las combinaciones del Edition con su esfera de oro de 18 quilates. Es indiscutible lo cuidado del diseño, de hecho hereda eso tan delicioso de que el cristal continúe la curvatura de la caja formando un perfil en semicírculo perfecto como su primo el iPhone 6/6 Plus. Pero de algo más que de adornos vive el geek y no son pocas las promesas que acumula Apple en cuanto a su software y al rendimiento y funcionamiento en la práctica. A iOS 8, el último vástago de los desarrolladores de Infinite Loop, le toca adaptarse a un hábitat nuevo y mucho más pequeño y apretado como si metiésemos a una gallina campera en una jaula para doce, unas condiciones probablemente más exigentes cuando su última versión en dispositivos mayores y más potentes da que hablar en cuanto a consumo de batería, datos y segundos planos y cargando ya con unos esperanzadores rumores de que su sustituto, iOS 9, sea un gran parche reparador más que una innovadora iteración.

 

Esto no es nada tranquilizador (sobre todo ese asunto de la autonomía), menos aún cuando comprobar la madurez de la adaptación de iOS 8 al reloj cuesta un mínimo de 349€, y aún menos teniendo en cuenta que el producto tampoco estará expuesto al parecer como lo están habitualmente en los mostradores el resto en las tiendas Apple (aunque esto tenga sus motivos por el tamaño y valor económico de la pieza). Renders preciosos, demos sensacionales y estrellas invitadas a la presentación, pero en resumen son migajas de información que hemos de ir recopilando para construir un heterogéneo pastel y someterlo a nuestro criterio en base a lo que nos creamos o no de un medio o un personaje.

 

Hemos de asumir y mucho, algo más que todas las anteriores ocasiones que hemos decidido ir “a ciegas” a la cola para adquirir ese dispositivo que ansiamos conociendo sólo “de oídas” y que puede que ni podamos tocar antes de pagarlo. Hemos de confiar en una conexión wifi sin problemas, por ejemplo, cuando este aspecto no ha sido precisamente el fuerte de la manzana. La tasa promesas/riesgo esta vez es muy alta.

Y los usuarios, ¿estamos preparados?
El concepto de smartwatch no ha supuesto un impacto como lo supuso el smartphone o el tablet, por precio, por prestaciones y también por una ausencia más marcada de necesidad en parte por el exceso de posibilidades tecnológicas.

Este análisis es delicado y hay que hacer un esfuerzo para empatizar con todo tipo de usuarios para poder extrapolar lo más correctamente posible. El ciclo tecnológico, desde que se alcanzó cierta meseta en la gráfica de necesidades/gadgets, se invirtió y los fabricantes han ido tirando a los clientes potenciales para crear demanda. Teóricamente convendría popularizar estos tirones (para maximizar la posibilidad de beneficio), pero Apple siempre ha sido de tener su particular punto de vista y manera de proceder, y tras la última Keynote han llevado aquello de “Apple sabe lo que necesitas” a un límite más bien específico: el cliente innovador, el cliente atrevido, el cliente pudiente. Un MacBook que impone coger el Delorean para adaptar tu flujo de trabajo y un Apple Watch que crea nuevos hábitos de uso en el smartphone inversamente proporcional al tiempo que sostendremos éste en nuestras manos. La necesidad va más que entrecomillada esta vez, que no el beneficio directo, pero de momento la realidad, la tecnología y uso en nuestro día a día, no aparenta ser un nido a medida de lo que viene inminentemente.

 

El concepto de smartwatch no ha supuesto un impacto como lo supuso el smartphone o el tablet, por precio, por prestaciones y también por una ausencia más marcada de necesidad en parte por el exceso de posibilidades tecnológicas. El Apple Watch y sus promesas nos proponen lo mismo que sus precursores con el componente diferenciador del aspecto y unas pocas características que ni siquiera enfatizaron en la presentación siguiendo con ese misterio entre pretendido y probablemente protector y que vamos descubriendo por las experiencias que algunos medios han podido tener. Veremos en breve si esto es suficiente para popularizar el producto y que se cree la pseudo-necesidad, aunque sólo sea como objeto de deseo en los casos de poder adquisitivo insuficiente.

 

El hype es un hecho, el deseo geek de los fieles es patente y pese a los precios y el olor a autonomía pobre el abstracto Apple Watch consiguió que algunos avispados que habían optado por encargar un Pebble Time volviesen al redil cual hijos pródigos y ahora ansíen el día de puesta en venta. Veremos si la doctrina de la promesa también viene en frascos pequeños.