A
la fuerza, como suele pasar con las modas cuyo nombre proviene del extranjero, hemos tenido que incluir “wearable” entre nuestro léxico habitual, al menos quienes vivimos atentos a los nuevos gadgets. En este caso los propios productos forzaron la aparición de la gama, cuando las primeras pulseras de tracking y preludios de smartwatches empezaron a poblar Twitter y las muñecas de los early-adopters más inquietos (o “influyentes”), y había que englobar todo lo que iba saliendo. Y así los wearables se hicieron su hueco en los complementos del geek y no tan geek, potenciando ese modelo de deportista full-equip, ese pseudo-cíborg con más sensores que prendas.
Los wearables potencian ese modelo de deportista full-equip, ese pseudo-cíborg con más sensores que prendas

Tras el apogeo de estos dispositivos, nos encontramos en una meseta asentada entre la bajada de las pulseras y el auge de los smartwatches, con el Apple Watch tirando del carro y un Android Wear luchando para no quedarse atrás con el movimiento de los de Cupertino. ¿Hacia dónde va a evolucionar el mundo del wearable? ¿Cambiará (o seguirá cambiando) nuestra vida con su evolución?

Los cajones con hambre
Es posible que haya que encontrar la intersección entre quiénes son “carne de wearable” y quiénes, por el contrario, son alimentadores
del cajón

El hogar para muchas de estas pulseras ha sido ese cajón de sastre en casa al que van a parar todas las cosas que nos cansan y a las que pegamos la falsa etiqueta imaginaria de “Por si en un futuro lo vuelvo a querer/necesitar”. Sin embargo aún existe demanda, bien por resaca de ese primer hype y esos usuarios que en aquel momento no pudieron hacerse con una y aún les dura el deseo, o bien por los usuarios a quienes sí ha calado el producto y quieren algo mejor. La prueba de ello son los fabricantes que han seguido presentando iteraciones de su wearable hasta el día de hoy y otros que de hecho acaban de subirse al carro como la dudosa por castigo apuesta de HTC con su HTC grip.

 

Parece que los clientes siguen apostando por estos productos intentando mejorar sus funciones y hacerlos más completos para ese target de deportista inconformista, o que al menos la curiosidad del novicio que lo compra con esperanzas de tener un fiel compañero en su muñeca se mantiene lo suficiente como para que sea rentable. El caso es que nuestros cajones tienen asegurado su sustento puntual cual polluelo que espera recibir del pico de su abnegada madre ese gusano en forma de pulsera cuantificadora, porque, pese a resultar algo más cotidianos con el tiempo no acaban de normalizarse, extendiéndolo a los wearables en general, quizás porque aún se espera más y/o porque los precios se hallan en un limbo entre su normalización y su aceptación. En realidad, es posible que haya que encontrar la intersección entre quién pide wearables, quién los compra y por qué, porque el enfoque puede variar mucho teniendo en cuenta el cliente potencial que lleva una vida sedentaria y pretende encontrar en un wearable el estímulo para cambiarla, así como el deportista profesional que busca obtener la información más fiable y completa de su rendimiento, pasando por quien quiere una solución cómoda a responder y gestionar notificaciones sin tener que recurrir al smartphone. Y, sobre todo, quiénes son “carne de wearable” y quiénes, por el contrario, son alimentadores del cajón.

La potencia sin
sensor no sirve de nada
Cada vez nos vemos más cerca de emular a Michael Knight pidiendo a nuestra muñeca que nos reproduzca nuestra música favorita, nos dé el tiempo o llame a nuestro amigo

La esencia del wearable perfecto es que sea una prolongación vitaminada tecnológicamente de nuestro cuerpo: queremos ser un cíborg de quita y pon, y porque se han de cargar las baterías. Lejos queda conformarse con la información acerca de nuestro recorrido, calidad de sueño o frecuencia cardiaca, cada vez nos vemos más cerca de emular a Michael Knight pidiendo a nuestra muñeca que nos reproduzca nuestra música favorita, nos dé el tiempo o llame a nuestro amigo. Queremos ducharnos con el smartwatch como siempre nos hemos duchado con el Casio, aunque sea como comparar un ordenador con una calculadora. Las exigencias crecen a medida que los wearables mejoran (y prometen) sin que éstos logren alcanzar ese vertiginoso ritmo de deseos, pero nos encontramos con gadgets cada vez más completos y capaces de proporcionar más información de nuestro estado, así como acercar ese concepto futurista de asistente personal de muñeca.

 

Aunque de momento ninguno de estos productos se erija como el wearable único que los domine a todos, vemos una diversidad de características cuya traducción en hardware es, en resumen, la incorporación de sensores cada vez más eficaces y para controlar más parámetros. Queremos que nuestros pasos, nuestras constantes, la altura, lo que nos movemos en la cama y una larga lista de peticiones que los fabricantes estudian e intentan satisfacer, pero esto no es unidireccional: en los negocios no hay favores, hay intereses, y aquí hay una retroalimentación positiva más o menos desapercibida.

Dime de qué presumes
y te diré qué deseas
Nuestros likes y otras acciones que realizamos con nuestros dispositivos pueden ser oro para los fabricantes

Esto no es ninguna novedad desde hace años; nuestra ubicación, con o sin check-ins,  porque son un feedback real, directo y masivo. Y aquí la cosa va más allá de dónde hacen el mejor café o las hamburguesas más fotogénicas: la información que los sensores recogen (o pretenden hacer a corto plazo) no puede ser más sincera porque se trata de reacciones de nuestro cuerpo ante estímulos: un cambio en nuestra frecuencia cardiaca puede ser muy delator si además va acompañado del informe de un app de tracking o una red social. Sin subirnos al carro de las “conspiranoias”, cabe enfatizar esta reflexión que compartía con nosotros nuestro compañero Jaime comentando hacia dónde apuntan estos productos, con sensores cada vez más eficaces y con una usabilidad que tanto marcas como usuarios esperan potenciar.

 

Se abre pues un poco más el debate de la privacidad, aunque lo cierto es que poca discusión queda cuando se tienen las cosas claras y se aprende a gestionar la información que damos voluntariamente. En este sentido, es inevitable despertar ese ubicuo y pertinente fantasma del celo de nuestros datos al menos más allá de nuestro control, cosa que es conveniente cuando alcanza ese punto de precaución necesaria sin que se convierta en excesiva y rozando la obsesión (porque esto tampoco reportaría nada positivo). La reflexión práctica que cabe aquí es el beneficio bidireccional comúnmente conocido como el “todos contentos”: empresa y cliente pueden verse beneficiados, una llenando el bolsillo y otro vaciándolo obteniendo servicios cada vez más a medida y, por tanto, una satisfacción creciente. Es decir: si saben lo que nos gusta, su esfuerzo se enfocará a proporcionárnoslo de la mejor manera posible para que nos decantemos por unos y no por otros. Con un wearable van a tener en la palma de su mano lo que la muñeca de la nuestra les va a enviar a tiempo real y sin tapujos (hasta lo que permitamos), y como cliente (y a título personal) no lo veo con malos ojos: si pago por un servicio, prefiero que sea a mi gusto, y mejor si no he de buscarlo y me viene dado. De alguna manera es como obtener la satisfacción (¿patrocinada?) máxima: nada más directo y sincero que nuestras constantes vitales, nuestro sistema nervioso involuntario, el factor feeling más puro posible.

Hacia el concepto definitivo
Lo que parece claro es que los fabricantes hayan pasado sus prototipos de esa fase de tonteo (a ver si realmente cuaja)
a algo más a
largo plazo

Es complejo dar con una solución que guste a todos, empezando ya sólo por la cuestión de que hay gente reticente a vestir sus muñecas, sin embargo lo que parece claro es que los fabricantes hayan pasado sus prototipos de esa fase de tonteo (a ver si realmente cuaja) a algo más a largo plazo: no se trata del nicho con más demanda ni desembolso, de hecho probablemente sean productos que rara vez ocupen las listas de deseos del cliente tecnológico más básico. Pero la fase de globo sonda, con su consecuente hype y posteriores factores a mejorar, ya pasó y el último empujón a que se consolide esta familia de productos es la entrada de Apple tras años de rumores de pulseras cuantificadoras que nunca se materializaron y acuerdos con Nike y otras compañías relacionadas. La influencia de la compañía es evidente pese a quien pese y el hecho de que haga su apuesta ayuda a consolidar esta gama y ejercer algo de presión en la competencia, al margen de cómo resulte este primer producto a nivel de experiencia y satisfacción.

 

Pulseras, colgantes, relojes e incluso ropa inteligente: una invasión deseada de tímidos tentáculos que poco a poco van enraizando en nuestro día a día y que, como en anteriores ocasiones, tendremos que equilibrar entre satisfacción y buen uso.