reportaje: el smartphone como causante de nuestra pérdida de atención
Recuerdo como si fuese ayer estar en aquella aula donde el profe de matemáticas lanzaba la tiza a quienes veía el cuero cabelludo y no su cara al estar mirando hacia abajo sin ninguna discreción. Eran otros tiempos, de papelitos, videojuegos monocromáticos y los primerísimos y más bien exclusivos teléfonos móviles. Móviles básicos que ya ejercían de tentadora manzana en aquel edén de pupitre y pizarra sólo con un par de juegos (la serpiente y el flirteo por SMSs cuando la SIM pre-pago lo permitía).
Con la expansión de las pantallas táctiles, los taps son la percusión que hipnotiza nuestros ojos y encandila a las neuronas

En aquel momento el móvil servía para hablar y era cosa de pocos, pero ya se fraguaba una sociedad semi-dependiente de un dispositivo móvil. Ya teníamos la distracción en la palma de la mano en pantallas monocromas de una pulgada, teclados numéricos y una única red, la telefónica. Un germen de lo que hoy se llega a considerar un problema a abordar incluso a nivel de legislación y que se contempla en el ámbito de la patología psicológica. Con la expansión de las pantallas táctiles, los taps son la percusión que hipnotiza nuestros ojos y encandila a las neuronas: la distracción por el smartphone ha venido para quedarse.

La tríada de la dependencia
Un atractivo buffet de manjares virtuales con los que llenar nuestro ocioso estómago servido en bandeja de smartphone

Las mejores fragancias vienen en frascos pequeños y las más potentes distracciones también. El teléfono móvil ahora es, en su mayoría, smartphone, y es tan smart que hace las veces de ordenador, sobre todo desde que “estamos obligados” a tener tarifa de datos. El hecho de tener internet de manera ininterrumpida fue un excelente agar para que las redes sociales, que ya empezaban a hacerse hueco a codazos en nuestro tiempo libre en su primigenia forma de web, creciesen como hongos.

 

Un atractivo buffet de manjares virtuales con los que llenar nuestro ocioso estómago servido en bandeja de smartphone. La exponencial mejora de los teléfonos móviles, con una pantalla que cada vez ocupa más superficie del frontal y junto com la evolución del hardware y la construcción hacen que realizar cualquier acción, hacer una foto, consultar las notificaciones e incluso responderlas, sea cada vez más sencillo y discreto.

 

Da igual el lugar o la situación; la esclavización a la notificación crea ese síndrome de abstinencia que hace que requiramos mirar la pantalla de nuestro terminal más de lo necesario y se llega a asentar como una costumbre. Y el peligro de esto es que a veces nuestra atención es algo más que nuestro nexo con la realidad, es nuestro deber o un compromiso implícito en un contrato social como pueden ser desde tomarse algo en un bar hasta la asistencia a una clase. O a una obra de teatro, y sino que se lo digan a Patti LuPone.

Drama en el drama

“La gota que colma el vaso” no es el título de la función que representaba Patti LuPone aquella noche de miércoles en un teatro Broadway, pero bien podría haberlo sido. Patti echó del recinto a una espectadora que, según explicaba, no paró de usar su teléfono móvil durante toda la presentación.

 

Un comportamiento que llevaba tiempo irritando a la actriz tanto en el público como en el propio personal de la obra en los ensayos, y cuya exasperación pagó esa espectadora de incesante e inapropiado tap con un castigo al más puro estilo alumno irreverente al pasillo. Patti cree que es un problema creciente, y entre bromas dice que si fuese algo así como una “policía de los smartphones” y hubiese recibido 100 dólares por cada smartphone confiscado por “uso inoportuno”, tendría suficiente para comprarse uno.

La autofoto como deporte de riesgo
La moda de los autorretratos no entiende de minutos por kilómetro, y algunos corredores no se cortan

Más allá de la falta de respeto que implica en casos como éste o el que citaba al principio en un aula, la molestia ajena que causamos por pegar nuestros ojos a la pantalla es a veces física, como está empezando a ocurrir con preocupante frecuencia en carreras, en las que la moda de los autorretratos no entiende de minutos por kilómetro, y algunos corredores no se cortan y alzan su terminal con la mejor de sus sudadas sonrisas, a veces con palo de selfie incluido. No pasaría nada si esta acción no implicase un patrón y, en el caso de usar el palo, una potencial manera de causar accidentes debido a que en estas carreras la separación entre una persona y otra a veces es casi inexistente. La cuestión va más allá de ser anecdótica cuando hay reportados casos de caídas serias como la de Joyce Cheung Ting-yan, quien durante una carrera de 10 kilómetros tropezó con alguien que había parado a hacerse la autofoto de rigor.

 

No es, por tanto, extraño encontrarnos de manera específica esta prohibición en eventos deportivos, como medida de seguridad y por lo molesto que llega a ser para los propios asistentes. Ni más ni menos que en Wimbledon se tuvo que habilitar una zona exclusiva para el uso de los palos de selfie, e incluso el gobierno ruso tuvo a bien realizar una campaña en pro de la seguridad de las personas sobre dónde no realizar estas fotos. Como en todo, el ser humano acostumbra a olvidar los límites, y en este caso la distracción sobrepasa lo consciente para omitir la propia seguridad.

La socialización del push
La evolución lógica de la notificación desde los mensajes de texto era el push, el aviso a
tiempo real

Si nos paramos a analizar el factor de la distracción por el uso del móvil, en realidad lo que ocurre es que hemos entrenado a nuestra atención para que priorice lo proveniente de nuestro terminal a lo que nos rodea en ese momento. El progreso hacia el smartphone no es una excepción y se cumple también lo de que el ser humano propone y la tecnología dispone. La evolución lógica de la notificación desde los mensajes de texto era el push, el aviso a tiempo real, tanto por exigencia laboral como en el ámbito personal. Pero el hecho de que decidamos sacar el teléfono para atender una notificación en una mesa o en una conversación ha sido una degeneración de esa situación social que se ha extendido por comodidad. Como no podía ser de otra manera, esta situación ya se ha bautizado con el término (un gerundio sajón, para variar) phubbing, la combinación de phone (teléfono) y snubbing (despreciar). Una pauta de comportamiento normalizada e incluso socialmente aceptada que empieza a asentar una nueva manera de salir a tomar algo en la que por momentos se acaba la conversación (verbal) y los miembros del grupo en su totalidad se dedican a atender a los móviles.

 

En relación a esto, lo que también se ha acuñado (esta vez, al menos, con un 25% de raíz griega) es la nomofobia, proveniente de la frase “no-mobile-phone phobia” en referencia a esa ansiedad y pánico que nos crea el hecho de no tener el smartphone o de que éste se quede sin batería, sin cobertura o deje de funcionar. En este caso (extremo) ya no hablamos de distracción, hablamos del exceso de atención por nuestra parte, de un 100% de nuestra consciencia pendiente de lo que acontece en el ámbito digital. Si bien esto es, en su manifestación más extrema, algo que (roza lo) patológico, en la mayor parte de los usuarios de teléfono móvil con cierta presencia en las redes sociales y/o en la mensajería instantánea social (grupos y por ocio) es normal que tendamos a desarrollar cierta inquietud si no atendemos con una frecuencia determinada las notificaciones o las propias aplicaciones.

No matemos al mensajero
aunque sea el que suene
La vida es multimedia desde el origen de los tiempos, y siempre hemos sabido atender

Una vez más, pecamos de ego porque el sapiens se nos sube a la cabeza y al final nuestros propios inventos nos superan, aunque su cerebro ocupe unos milímetros. En el número 37 de MacToday ya hablamos de las nuevas relaciones y de cómo han influido las apps y las redes sociales, por lo que cada vez hay más ingredientes para alimentar esta distracción. Pero esto no debería convertirse en la excusa que justifique el hecho de cortar una conversación o que el emisor ni reciba el porcentaje de nuestra atención que merece.

 

En realidad estamos matando al mensajero, porque esa es la función del smartphone. Es un tamiz de internet, pero somos nosotros quienes lo sacamos del bolsillo o lo dejamos sobre la mesa. No se trata de menospreciar lo virtual, sino de reajustar nuestros porcentajes de atención al momento e que nos encontremos y de hacer un ejercicio de empatía para no diezmarla entre nuestros interlocutores virtuales y presenciales. Al fin y al cabo la vida es multimedia desde el origen de los tiempos, y siempre hemos sabido atender.