Hemos llegado a 2015 siendo unos niños mimados de la tecnología, porque su estratosférico avance nos ha adoctrinado, nos mece en su calendario con ciclos de renovación actual y nos alimenta literal y abstractamente. Aún consciente de ello, personalmente creo que la revolución tecnológica, aunque sea la versión descafeinada que vivimos ahora, nunca dejará de fascinarme y atraerme. Pero para esto, para este fuego actual, creo que son fundamentales las cenizas necesarias que la tecnología creó en mí y mi maltrecha memoria jamás borrará.
No nací en los 90, pero entré en ellos siendo niña y, afortunadamente, curiosa. La suerte quiso que en mi casa hubiese un Amstrad y que, sin saberlo, aprendiese aquel lenguaje de programación que de BASIC tenía poco, aunque yo lo viese como un juego. Aunque lo mejor era ver, y re-ver, y re-ver otra vez El dragón Elliot o cualquier otra cinta en el Beta Max, un vídeo que pese a ser una mala apuesta creció conmigo hasta llegar al DVD.
En los 90 supe que era carne de móvil porque no podía dejar de mirar aquel teléfono en un coche y porque pasaba horas jugando con mi hermano a los walkie-talkies, que llegada la fecha desmonté y escudriñé porque un artilugio con una vida tan útil no podía morir en vano. En los 90 descubrí que mi entretenimiento se medía en voltios y se transmitía por cables, que las calculadoras de los mayores molaban más y que programar televisores era cosa de niños. Vi cómo las lavadoras aprendían a ser más silenciosas, vi cómo las neveras dejaban de crear pistas de nieve y vi a los televisores adelgazar en posaderas y aumentar en rostro.
En los 90 pasé del Walkman al Discman y del BASIC y la Olivetti al Windows 3.11, al 95 y al 98. Aprendí que sólo iba a poder hacer 10 de esos dibujos que mi ordenador apodaba como mapa de bits en uno de esos diskettes. Aprendí ese maravilloso comando de Formato/Fuentes. Aprendí lo importante del mantenimiento, que el láser de la unidad óptica no leía bien si la grasa de mis dedos se interponía entre éste y el CD y que si el cartucho de la Nintendo no va bien, se sopla. Aprendí de la peor manera posible que si no recordaba rebobinar el carrete se velaba. Y te puedo reproducir a la perfección el ruido de mi módem Diamond tanto en su conexión normal como cuando fallaba.
También conocí a la gran Panasonic y al gran R18, que vinieron desde los 80 a darme una lección. ¿Sabéis cuál? Que la era de los dispositivos longevos se acababa en los 90. Que los dispositivos mejoraban en diseño y prestaciones en detrimento de su vida media. Pero también me dijeron otra cosa: que lo que el ser humano se propusiese, cada vez ser haría realidad de manera más rápida.
¿Años 90? Bueno, yo soy de principios de los 90. De 1991, para ser más exactos. Si bien se podría pensar que al haber nacido en los 90 no podría haber vivido plenamente la experiencia de los 90, no es el caso. Mi deseos de contacto con la tecnología desde pequeño unido a unos padres que traían productos tecnológicos siempre que podían fue una mezcla que propició una buena experiencia tecnológica noventera. Mi casa tuvo un buen equipo de música Technics con un módulo lector de CD desde bien pronto, y un PC clónico con Windows 3.1 (Después 95 y luego 98) con internet, cosa no muy normal en esa época en España. También tuvimos una Nintendo NES con el mítico juego de caza de patos, entre otros. Respecto a la fotografía, todavía seguíamos con las cámaras analógicas. También llegamos a tener el mítico Nokia 101 de 1992, un ladrillo enorme que, casualmente, todavía enciende y funciona.
Toda esta experiencia de los 90 hace que realmente se valore lo avanzado y sencillo que es todo hoy en día. Puede que suene a persona mayor, pero antes la comunicación no era tan fácil como hoy en día, podías usar IRC si tenías suerte y conocías a alguien que también lo tuviera, y el mundo multimedia todavía estaba en pañales, si tenías un Mac o un Commodore Amiga podrías hacer algunas cosas, pero si tenías un PC, podías olvidarte, era un calvario. También fue una época en el que el mundo del software despegó. Había miles y miles de programas nuevos cada año, con fortunas creadas gracias a ellos. También se creó una potente industria de los videojuegos. Si bien mis padres se negaron siempre a que tuviera una consola (Aparte de la NES), jugaba con el PC, y de los 90 es mi juego favorito de todos los tiempos, The Neverhood, una impresionante y original aventura gráfica que no ha sido superada a pesar de los años.
En resumen, los 90 fue la época en la que se comenzó a gestar nuestra vida multimedia e interconectada, y fue una buena base para la revolución tecnológica de los años 2000. Si queréis saber más sobre los años 90 y su desarrollo por parte de Apple, quizás sería una buena oportunidad para revisar o leer por primera vez mis artículos de mi antigua sección de historia en esta revista. ¡Te encantarán!
El 1 de enero de 1990, quien escribe, daba la bienvenida a una nueva década y a mi recién estrenada adolescencia. Atrás quedaba la (vista ahora) gloriosa década de los 80. Horas y horas jugando en casa, primero con la consola Colecovision a juegos como Donkey Kong (padre de Mario Bros.), al comecocos o moviendo 2 palitos por la pantalla para que chocasen con un puntito que representaba una pelota, a modo de tenis. Atrás quedaban también horas y horas trasteando con un Amstrad CPC.
Pero en 1990 estrenaba adolescencia. Y en aquella época, tener 14 años significaba querer estar con amigos fuera de casa al salir del instituto, lejos de ordenadores con los que no podías comunicarte (todavía) con tus amigos. Significaba tener el valor de llamar por teléfono a casa de la chica que te gustaba (no, no existían los móviles), corriendo el riesgo de que, en el mejor de los casos, lo cogiese su madre. Y en el peor de los casos lo hiciese el padre. Aunque siempre tenías la opción de colgar, puesto que no salía el número identificador de la llamada. Era imposible que saliese en esa ruleta con números que servía para marcar el número de teléfono ;-) Significaba bajar al videoclub a alquilar películas en VHS o en Betamax.
Camino del instituto siempre me acompañaban mi fiel compañero, un Walkman de Sony, varias cintas de cassette en la mochila y, cómo no, un boli Bic que servía para rebobinar las cintas (y ahorrar pilas). Cintas que eran recopilatorios hechos con mucho mimo en casa, troceando los vinilos que compraba con la paga semanal en aquellas tiendas de Barcelona. Y nada de ordenadores, hasta bien entrada la segunda mitad de la década de los 90.
Y fue en 1997 (o 98) cuando se comenzó a popularizar la informática doméstica, con los "potentísimos" PCs con Pentium MMX a 200MHz y los maravillosos iMacs G3 de colores en los que podías asomarte a su interior a través de sus carcasas transparentes. Dos maneras bien distintas de entender la informática. Windows 95 o el sistema de Apple. Ser "compatible" con tus amigos y sus juegos, con el resto del mundo o ir a contracorriente pensando diferente.
De esa época recuerdo lo insufrible que era navegar por los inicios de internet, con aquel primer módem US Robotics de 28k (sí, antes del velocísimo módem de 56k), navegando con Netscape o Internet explorer, incluso desde el iMac, navegación que tenias que interrumpir cuando alguien en casa quería llamar por teléfono, ya que la línea telefónica no daba para llamar y usar internet a la vez.
Y recuerdo como la gente te miraba cuando hablabas por teléfono en la calle con un móvil Motorola. Parecías un extraterrestre. Móvil que no era mío, por supuesto, sino de la empresa en la que trabajaba para pagarme los estudios. Los 90 fueron la segunda parte del inicio de lo que tenemos hoy, tras los 8 bits de los 80 y antes de la invasión de la tecnología en nuestras vidas actuales. Quizás, los 90, vistos ahora fueron "el término medio" de todo.
En el año 1990 yo tenía 16 años. Estaba a punto de empezar una década y también a punto de convertirme en universitario. La carrera (soy Químico-Físico aunque no lo parezca) me cambió la vida en lo tecnológico y fue fundamentalmente por dos motivos.
El primero es que me encontré con mi primer ordenador de Apple, un precioso Macintosh Classic que disponían para nosotros en el departamento de Matemáticas; entonces tenía que programar en Pascal y Fortran en unos no tan atractivos PCs. Quizá por eso mi vista y mis manos siempre acababan encima de aquel Classic. Esto cambiaría mi vida para siempre. Soy de Mac.
El segundo motivo es que para mi piso de estudiante me compré una grabadora de discos compactos con la que “ayudé” a mis amigos y familiares a tener copias de seguridad de sus discos compactos o CDs (como realmente se conocían). En el primer fin de semana que tuve aquella grabadora que me costó 72.000 pts (Unos 420 EUR si el cambio fuese todavía válido) la amorticé gracias a las donaciones que me iban haciendo desinteresadamente. Aquello era muy entretenido y un mes después, de tanto utilizarla se quemó la lente. Desde HP me enviaron una nueva que cambié de inmediato por una nueva que grababa a 4X. Entonces en menos de 20 minutos podía grabar un disco de 74 minutos o el equivalente a 650 MB. Aquello me gustaba y parecía que ya no había parada. Después conocí los portátiles, los móviles, las PDAs, cámaras de fotos, vídeo cámaras, vamos, todo lo que tenía que ver con lo tecnológico me entusiasmaba y así he seguido hasta hoy. Eso sí, soy de Mac, de eso no hay duda.
Nací nada más comenzar la década de los 90, y desde muy corta edad desarrollé una gran pasión por la tecnología y el mundo de los videojuegos. Ahora, a mis 25 años, recuerdo haber estado en contacto con consolas, videojuegos y otros de los productos que marcaron una década desde que tengo uso de razón.
Concretamente, uno de los primeros recuerdos relacionados con el mundo de la tecnología que tengo es recibir mi primera consola, una Super Nintendo que mis padres me regalaron cuando tenía cinco años y con la que pasé tardes interminables jugando a títulos como Super Mario All-Stars, Super Star Wars o Street Fighter II, entre otros. Poco después llegaría a mis manos la Game Boy Color, todo un símbolo de los 90 que, junto a Pokémon, fue una compañera de juegos inseparable. Además, por esa época empecé a disfrutar también de las consolas de Sony gracias a la PlayStation, una consola que, sin duda alguna, revolucionó el mercado de los videojuegos. Por supuesto, no todo son las consolas. Como muchos niños que vivieron su niñez en la década de los 90, tampoco olvidaré los constantes cuidados que día sí, día también, demandaba mi hambriento Tamagotchi, y recuerdo con nostalgia ver una y otra vez decenas de películas en VHS, como Toy Story o El Rey León. Más adelante empecé a sentir un profundo interés por el mundo de los ordenadores y la informática, y hacia el final de la década mis padres comprarían el que se convirtió en mi primer ordenador.
Echando la vista atrás resulta sorprendente la enorme evolución de la tecnología, y es que no hace tanto que nos veíamos obligados a utilizar un cable para intercambiar Pokémon con una persona a menos de un metro de distancia o a emplear un módem de 56K para conectarnos a Internet.