Algo que a veces alarma, cuando en realidad es una idea que ayuda a ser consciente de lo que conlleva la conexión a internet, es tener claro que absolutamente todo lo que se envía por la red es susceptible de ser visto. Tan simple como cierto, hemos de tener en cuenta que lo de “hecha la ley, hecha la trampa” es una ley absoluta per se y que internet, por muchos protocolos de seguridad que haya, no se salva. En las noticias hemos visto sonados casos de intromisiones en redes tan blindadas como las del gobierno estadounidense (donde hay un control mucho más exhaustivo de toda la seguridad en general mucho mayor que en éste y otros países), o sonados casos de filtraciones de datos privados como el caso de Ashley Madison, Sony o las fotos en la nube de personajes famosos, y no serán los únicos ni mucho menos.
La clave, no obstante, no es temer por defecto y en desmedida. No es tener un miedo acérrimo a la red y pensarse cada carácter que se introduce por ejemplo en el buscador. Estos casos sonados nos han de valer para ser conscientes de que todo es susceptible de ser sabido igual que toda casa es susceptible de ser robada por muchas alarmas que pongamos, pero no por eso vivimos atrincherados en medio del salón con el móvil en una mano y algún arma improvisada en el otro. Sí que conviene tener unas nociones mínimas en cuanto a contraseñas, sobre todo si tendemos a usar servicios en la red como tiendas, almacenamientos y suscripciones además del habitual correo y las redes sociales.
En este sentido, hay recomendaciones que nunca caducan dado que siempre habrá neófitos en esto de “vivir en la red”. Huir de vocablos típicos como “hola” y secuencias de números como “12345”, algo que en algunos servicios de hecho no se admite si intentamos poner una contraseña de este tipo. Tampoco se recomienda que se usen palabras como nombres de mascotas o cualquier cosa que se pueda relacionar con nosotros sin tener que conocernos de una manera profunda. Lo ideal: bien de cosecha propia o bien tirando de generadores de contraseñas, crear una que alterne números y letras (y símbolos si los admite, así como mayúsculas y minúsculas). Algo similar a las claves WPA que vienen por defecto en nuestros routers wifi, las cuales en ocasiones no solemos recordar, para lo cual existen apps como 1Password.
En ocasiones asociamos pictogramas como candados y sobres como algo seguro y privado, pero esto es relativo. Si bien los mensajes privados en redes sociales lo son per se, y permanecen ocultos al público salvo para el destinatario, esta privacidad no es inquebrantable ni mucho menos. Es una información susceptible de filtrarse si, por ejemplo, en una ocasión dada hay un fallo en el servicio o algún bug, o si somos algo descuidados y dejamos sesiones abiertas o cuentas iniciadas en equipos públicos, compartidos o en el nuestro propio (y lo dejamos a la vista de extraños). Ya lo vimos cuando la Electronic Frontier Fundation (EFF) sometió a las principales apps y servicios de mensajería a examen en cuanto a seguridad y las notas no eran precisamente brillantes. Esto no ha de obsesionarnos ni obligarnos a no utilizar tanto estos servicios como la mensajería privada, pero conviene tenerlo en cuenta según qué asuntos se tratan (temas de bancos, datos privados de contrataciones, etc.)
Las redes sociales y la mensajería instantánea (entendiéndolo como el fenómeno posterior a los chats “planos”, con intercambio de fotografías, ubicación y otros datos) han constituido un filón para los avispados en cuanto a las malas prácticas en la red porque se mezcló la novedad con la ignorancia. Con ánimo de vitaminar sus servicios y consolidarse como la propuesta favorita entre cada vez tantas redes (ya las vimos en el número 45 de MacToday), estas plataformas han ido añadiendo posibilidades a la hora de compartir nuestros momentos, acompañándolos de información adicional no necesaria como la ubicación (activa, incluyéndola, o pasiva, en fotografías). Hacer uso de ello es exponerse a que otros hagan otro uso nada conveniente, como establecer nuestra pauta y saber cuándo estamos fuera de casa (por no hablar de quien se salta la frontera de lo virtual y la invasión de la privacidad llega a ser física), algo de lo que no siempre se es consciente.
Aunque lo de querer estar protegido y exponerse a las redes sociales suene a paradoja, vale la pena seguir algunos consejos para salvaguardarse en la medida de lo posible en estas plataformas (cuidar la exposición siempre ayuda en cierto grado). Éstas son las medidas básicas para hacer un uso más o menos seguro:
Como hemos comentado, lo importante es tener en cuenta el mal uso que puede hacerse de nuestra información para saber qué y cómo compartir. Igual que al usar una tarjeta de crédito corremos el riesgo de que nos la clonen y no por ello dejamos de hacerlo, ocurre lo mismo con la red. No sirve de nada vivir con el terror constante de ser hackeado si no se es consciente de la realidad y si se vive en la desinformación, en parte por la probabilidad real de ser el objetivo de algún ataque directo y meditado. Somos víctimas potenciales por ser usuarios de la red, pero tampoco somos una diana constante o tan obvia como lo puede ser una empresa o un gobierno. Es por ello que más que un terror desmedido, hay que ser realistas y precavidos. Así, basta con poner de nuestra parte lo mínimo en cuanto a medidas pasivas y activas, entre las cuales podemos reunir las siguientes: