Justo por estas fechas se cumple un año de la presentación en sociedad del Apple Watch. La materialización de millones de divagaciones de fans (y no tan fans) de la marca que habían recibido una ración de hype tras el anuncio de su lanzamiento, unos meses antes. Un anuncio encuadrado en una de las tradicionales Keynotes con un vídeo con baños en oro de 18 quilates y acompañado de la siempre cautivadora narración de Ive, mientras veíamos el perfecto semicírculo de sus curvaturas y aquel virtuoso interior con una delicada y precisa ingeniería para que esa pantalla de unas 1,5 pulgadas sea sensible a nuestra presión. Imposible no alimentar el deseo.

Unos meses después, como decíamos, el Apple Watch (que no iWatch como a algunos se les sigue escapando) era una realidad que con mayor o menor retraso iba a llegar a las muñecas pudientes y, sobre todo, early-adopters. El Apple Watch no era un producto innovador. No era un nuevo iPhone. Era un nuevo iPad, porque igual que éste fue el tablet según Apple, el Watch era el reloj inteligente según los de Cupertino, algo ya inventado y con un nicho creado por las propuestas previas de la competencia, que en algunos casos ya acumulaban varias ediciones. ¿Reinventó Apple el smartwatch? Y lo más importante: ¿logró crear la necesidad más allá de la seducción de los renders? No en todas las muñecas.

Querer es poder, pero no necesitar
Cuando madurar no es suficiente

Los ordenadores y los smartphones vinieron para quedarse porque jugaban con ventaja: la cama hecha. Un nido que había sido confeccionado y preparado por las propias necesidades inconscientes de unos usuarios potenciales que suplían esos inventos venideros con arcaicas máquinas de escribir y teléfonos que de móvil tenían poco. Trabajo y comunicación ya eran nichos, ya eran necesidades y los dispositivos encajaron como una pieza del puzzle, siendo recibidos con los brazos (y los bolsillos) abiertos.

 

Al smartwatch nadie le preparó el terreno, sino todo lo contrario. Aquí no sólo no había necesidad, había una gran aspiración, una ilusión que se alejaba demasiado de los límites tecnológicos por basarse en ideas preconcebidas carentes de base técnica y sobrantes de base cinematográfica. Y la ciencia-ficción, cuando se trata de tecnología al uso, es una mala amiga, porque engatusa, porque ilusiona, hasta que suena la claqueta o, en este caso, la caja registradora.

 

Los smartwatches han avanzado mucho desde sus inicios y el de Apple aportaba cierta diferenciación en cuanto a diseño y a una tercera dimensión en la interacción usuario-dispositivo con la pantalla que comentábamos antes. Un sistema operativo propio y adaptado a ese nuevo hardware aún más compactado y varios modelos y construcciones para adaptarse a varios perfiles de usuario. Añadidos que suman puntos cuando ya hay una intención de compra, una intención de vestir la muñeca y de interactuar con un nuevo dispositivo de pulsera, pero no suman los suficientes para crear esa misma intención. Quien no era carne de smartwatch en la era de antes del Apple Watch tampoco lo es ahora.

“En cuanto a los smartwatches no sólo no había necesidad, había una gran aspiración, una ilusión que se alejaba demasiado de los límites tecnológicos”

Si bien es cierto que, como en otros casos, el Apple Watch salió con bastantes aspectos que mejorar (sobre todo a nivel de software) y una batería que sigue creando debate, a su favor está el hecho de que muchos desarrolladores han tenido a bien crear una app para Watch OS. Esto, no obstante, no significa que ésta esté lo suficientemente adaptada y que tenga las prestaciones básicas o esperadas a tenor de las funciones que tenga la app original y de cuáles tiene sentido (y es posible) llevar al reloj. Por ejemplo, poder responder un mensaje en una red social o app de mensajería instantánea o poder gestionar el calendario.

 

Pasó un tiempo hasta que el software se asentó por ambos lados y la experiencia de usuario iba siendo algo más parecida a aquellos maravillosos vídeos, y en la actualidad el producto ejecuta una esperada segunda versión de su exclusivo sistema operativo y el gran número de apps disponibles respaldan lo de smart. Ahora, sobre esas “afortunadas” muñecas posan al menos 419 euros de aluminio serie 7000 y zafiro que se cubren sus espaldas de acero 316L de muchas apps que se encuadran en las categorías de productividad, noticias, juegos y, la que se convirtió en la principal baza del reloj: deporte y salud. Una digna herencia de unos wearables previos que sí contribuyeron a crear un nicho que en la práctica ellos mismos no supieron llenar porque acababan en el cajón antes de lo esperado.

 

¿Es el Apple Watch el wearable que las fit-trackers no fueron? Posiblemente, aunque hasta cierto punto. La interacción con el reloj es mucho más completa, sobre todo teniendo en cuenta que las fit-trackers en ocasiones ni tienen pantalla. Pero las mediciones que realiza son limitadas con respecto a los relojes o pulseras especializadas según qué actividades deportivas, algo obvio teniendo en cuenta el enfoque más genérico del reloj y que su diseño y materiales no están pensados para un fit-tracker todo-terreno.

 

¿Es el Apple Watch el smartwatch que otros smartwatches no fueron? De nuevo aquí la afirmación es relativa, más aún si cabe que en el caso de las pulseras. Apple lanzó su propuesta (enfatizando ese posesivo) porque “Yes, we can” y porque era otra fase de esa adaptación a la demanda que inició con el crecimiento de pantalla del iPhone, con su modelo Plus y con el iPad Pro que saldría más tarde. Era el pedacito de Cook y los suyos, su aportación, el respaldo a sus teléfonos. Porque, como ocurre de momento con los smartwatches en general, son un reflejo de teléfono y no un compañero independiente. Son un pseudo-iDevice. El Apple Watch te permitirá no sacar el iPhone del bolsillo, pero tendrás que llevar éste si quieres que se te cuenten los pasos (es el iPhone el que tiene el M8) y otras muchas funciones.

“Los smartwatches han ocupad el nicho que los wearables previos crearon, pero que en la práctica no supieron llenar porque acababan en el cajón antes de
lo esperado”
“Los smartwatches son un reflejo de teléfono y no un compañero independiente"
No eres tú, soy yo

El Apple Watch satisfizo en su salida por existir al público que anhelaba su existencia, contentó a quienes esperaban una opción valida de smartwatch para su teléfono y sedujo a los indecisos de la tecnología, pero no cautivó a quienes reniegan de estos dispositivos por ausencia de necesidad. Un público que no rechaza por exigente, sino porque no hay flechazo. El público que piensa en frío y que compra por absoluta necesidad.

 

Es aspiracional por herencia, por ser el prototipo del suministrador tecnológico de cabecera y porque aproxima esa ciencia-ficción de la que hablábamos antes, pero no crea una falta cuando no está como sí ocurre con el smartphone: el smartwatch, Apple o no, sigue siendo un notificador, un reflejo de otro dispositivo. No necesitamos un Apple Watch en nuestras vidas aunque sí queramos necesitarlo. Nos puede venir bien (sobre todo con un iPhone Plus), pero si lo tenemos y nos lo quitan nos apañamos, y sin él sobrevivimos perfectamente, esto son hechos de aquí a Cupertino.

Y ahora, un año después de su nacimiento, ya cierne sobre muchas mentes de enamoramiento tecnológico fácil el preludio de aspiración a una segunda edición. De nuevo, promesas sobre la mesa, eso sí, sobre un año de ensayo con un globo sonda que nació con demanda bajo el brazo y que la deja en herencia para que un siguiente modelo intente lograr que nosotros, los de muñeca difícil, sí lo necesitemos.

“No necesitamos un Apple Watch en nuestras vidas aunque sí queramos necesitarlo"