qué le ocurre a la información cuando muero
Has podido leer como deberías ser más cauteloso con el almacenamiento de tu vida digital en la ya omnipresente nube. Redes sociales, servicios de sincronización y miles de archivos privados que se mueven por equipos que ya no son el tuyo. Pero estamos en Navidad, glorificación del consumismo desde hace décadas y la pregunta que empezamos a hacernos es, ¿Compro este producto en físico o digital? Hablamos principalmente de música, libros, películas y videojuegos, que copan un altísimo porcentaje de los regalos preferidos en estas fechas, y sobre todo, un lugar especial en los autoregalos, estos con los que nos consentiremos este año, porque nadie nos conoce mejor que nosotros mismos.
Las compras digitales ya no son exclusivas de frikis durante el black friday, sino una tendencia real del consumo actual La cruda realidad es que lo que nosotros consideramos compra digital, no es más que una cesión temporal de derechos de consumo de un producto en un formato determinado

La tendencia es abrumadora, el formato digital se está comiendo el formato físico a pasos agigantados. Hablar del porqué no es el objeto de este artículo, las razones varían para el tipo de producto, pero sobre todo comparten inmediatez, facilidad de consumo y seamos honestos, la principal razón es evitarnos colas, esperas, gentíos y villancicos machacones.

 

Vale. Nos hemos decidido. Mi siguiente regalo es digital. ¿Qué sucede ahora? Lo que sucede es lo que te venimos contando. Pocos, por decir casi nadie, se para a leer detenidamente las condiciones del producto que está comprando.

 

Si tu ilusión pasa no solo por disfrutar en este momento el producto, sino por coleccionismo, la pregunta bien podría ser, ¿qué sucederá con mi colección de música, libros, videojuegos, películas, etc. cuando haya fallecido? ¿La puedo incluir en mi herencia? ¿La puedo regalar? Esta pregunta surgió ya hace un tiempo con una leyenda urbana que mencionaba a Bruce Willis, quien, supuestamente, en septiembre de 2012, denunciaba abiertamente a través de sus abogados a Apple por la imposibilidad de incluir en testamento su amplia biblioteca de iTunes, a repartir entre sus dos hijas. Mito aparte, la pregunta sigue ahí. Y no tenemos que esperarnos a morirnos. Ahora mismo probablemente puedas ser uno de los muchos que poseen una cuenta gmail con la que has llegado a comprar productos de la manzana, y al tiempo tener una cuenta iCloud que creaste con tu nuevo dispositivo. ¿Has podido fusionarlas? Claro que no. El contrato es tan rígido que incluso no puedes compartir contigo mismo. Este solo es un pequeño ejemplo de la situación que estamos viviendo y que no nos hemos sentado a valorar abiertamente.

 

Pensemos en las películas. La industria, con la llegada del VHS, descubrió que la gente no solo pagaba por alquilarlas y poder volver a visionarias, sino que nuestro diógenes interior anhelaba quedarse con esas películas que ya había visto. Ni los más optimistas habían dimensionado el océano azul que tenían delante. La gente pagaba por quedarse en su casa con una copia de esas películas. Esa compra física, por supuesto, era real, esa cinta (de calidad dudosa) se quedaba en tus manos y era tuya para siempre. Pero llegó internet, y con ello, las descargas. La reacción de la industria, obtusa al principio, se convirtió en oportunidad de negocio más adelante, y llegaron las primeras ventas digitales de películas. Y con ellas el engaño de creernos poseedores de un material que realmente solo está cedido, no en vida, sino mientras esa cuenta siga activa.

¿Realmente perdemos dichos productos a nuestra muerte? La respuesta no es sencilla, pero se podría decir que no Todo está en las licencias de usuario. En los términos de compra del producto. Toca leer

Esto ha sucedido igualmente con la música, al principio con DRM, ahora sin DRM pero igualmente es un derecho de cesión, un alquiler vinculado a una cuenta que tendrá validez mientras dicha cuenta siga activa.

 

Dichos productos están vinculados a una cuenta mientras dicha cuenta exista. Eso sí, si después de que alguien fallece nadie tiene los datos de acceso, estos no serán proporcionados abiertamente por las compañías y todo el contenido digital no podrá ser transferido a otra cuenta. Esta es la norma general. Es más probable que los productos se pierdan no porque la compañía detrás de estos descubra que el usuario ha fallecido, sino porque la cuenta bancaria a la que estaba vinculada el usuario dejará de pagar por muchos de esos servicios, y ahí terminará la historia.

 

Pero dejemos de hablar de muerte. Veamos qué sucede en vida. La realidad resulta ser más cruel y esos productos que estamos tan seguros que hemos adquirido pueden desaparecer de nuestras vidas, de nuestros dispositivos mucho antes de lo que creemos. Esta es el verdadero engaño en las compras digitales.

 

El primer gran susto, por decirlo finamente, tuvo como protagonista en su día a Amazon. De todos es conocido su increíble lector de libros electrónicos, Kindle. Pues igualmente conocida es la historia por la cual, tras desavenencias con la editorial, decidieron retirar de los Kindle de sus lectores aquellos libros con los que ya no tenían acuerdo. Sobra decir que cada uno de los usuarios había pagado oportunamente por esos títulos, y se encontraron de la noche a la mañana que ya no los poseían. Ese, y no otro, es el verdadero problema de las compras digitales. No solo no te pertenecen, sino que su disfrute, utilización, consumo, lo que quieras que hagas con él, es temporal, pero el tiempo no lo marcas tú, el tiempo lo marca la empresa a la cual crees que se lo has comprado.

 

Google, Amazon, Apple, Microsoft, Valve, Sony, Nintendo, Spotify, Netflix... solo por nombrar algunos de los proveedores de contenidos a los que hemos aceptado sin leer contratos que tienen cláusulas como esta:

 

"a. Ámbito de la licencia: El Licenciante le otorga una licencia no transferible para utilizar la Aplicación Cedida Bajo Licencia en cualquier producto marca xxxxx que sea de su propiedad o esté bajo su control y en la medida de lo permitido por las Normas de Utilización. " (...)

"Ud. no podrá transferir, redistribuir o sublicenciar la Aplicación Cedida Bajo Licencia y, si Ud. vende su Dispositivo xxxxx a un tercero, deberá eliminar la Aplicación Cedida Bajo Licencia del Dispositivo xxxxx antes de venderlo."

 

Que en nuestro lenguaje significa que lo que has comprado, bajo tu cuenta, debes borrarlo si es que el dispositivo físico es vendido a un tercero, así de simple. Queda claro que no puedes dejar en herencia un dispositivo tuyo ya que tú has dejado de existir. Hasta cierto punto hasta podríamos pensar que es lógico, pero todavía se esconden en esos acuerdos, que tan alegremente obviamos, textos como el que sigue:

 

"Asimismo, xxxx se reserva el derecho a modificar, suspender o cancelar los Servicios (o cualquier parte o Contenido de los mismos) en cualquier momento con o sin preaviso para Ud., y no incurrirá en responsabilidad alguna frente a Ud. o cualquier tercero en caso de que ejercite tales derechos."

 

¿Qué significa esto? Muy sencillo. Te has comprado algo, bueno, seamos exactos, alquilado realmente algo, que desde tu amada compañía han decidido cancelar, borrar, modificar, lo que sea, o dejar de servirlo, y no podrás volver a utilizarlo, o peor todavía, lo que ahora tienes discierne mucho de lo que habías adquirido.

Ahora, párate a pensar un minuto. ¿Cuánto contenido digital tienes? ¿Crees que es tuyo?

Esto se ha convertido el día a día en el mundo de los videojuegos. Primero llegó el multijugador. La panacea. Todo el mundo conectado globalmente. Pero surgieron títulos y más títulos que requerían de millones de jugadores para ser rentables, ¿Qué sucede cuando los jugadores se mueven a otro título? Pues que lo sentimos mucho por esos fieles incorruptos que no probarían el título de la competencia, pero toca cerrar servidores y tu inversión se convierte en un prado vacío por el que ya nadie viene a jugar contigo. Eso en el mejor de los casos. En muchos otros optan por borrar el juego, deja de estar disponible, desaparecen los servidores, y todo se queda en un recuerdo al que no puedes volver a jugar.

 

Te propongo un ejercicio muy sencillo. Cancela tu conexión de internet y tus tarifas de datos. ¿Cuánto de ese contenido puedes volver a consultar, consumir, o disfrutar?

 

Como puedes ver, uno no tiene que llegar a morirse para perder aquello que creía poseer. La realidad es que más que comprar digitalmente estamos adquiriendo un servicio de larga duración. Puedes pensarlo como que te has comprado una entrada de cine a una película que te permitirán ir a ver todas las veces que quieras, pero, ¡hey!, se reservan el derecho de cambiarte la película o, simplemente cerrar la sala.

 

¿Dejaré de comprar en digital? Casi con toda seguridad no. La movilidad, flexibilidad, posibilidad de consumir el producto en distintos dispositivos se ha impuesto al placer de una estantería bellamente decorada con tus compras. O quizás la culpa sea de que los alquileres cada vez son más altos y los apartamentos más pequeños.

 

Sea lo que sea, la compra digital ha llegado para quedarse, pero se quedará contigo, esa no la vivirán tus nietos.