magia y tecnologia
V

rthur C. Clarke escribió en 1962 la primera de sus leyes relacionadas con el avance científico : “Cuando un científico eminente pero anciano afirma que algo es posible, es casi seguro que tiene razón. Cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado”. En la segunda edición del libro, añadió dos leyes más. La segunda hacía referencia a la capacidad que tenemos como seres inteligentes de aventurarnos al horizonte: no para alcanzarlo, sino para avanzar nosotros mismos cada vez más allá: “La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible”. En muchos sentidos, es la definición para los valientes. O los locos.

 

La tercera –y última– de sus leyes habla de lo cerca que está la tecnología y la magia. De hecho, desarrollando más la idea, podemos pensar que tecnología y magia es lo mismo: “Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Esta es una de las claves que identifican además las revoluciones hechas a través del mecanismo natural de uso. Ningún producto nos parecerá magia si es complicado usarlo, por muy avanzado que sea. Se trata de darle toda la importancia a la experiencia de usuario y centrar el producto alrededor de ella: el dispositivo deber ser algo completo en sí mismo, mucho más que una suma de sus características. Debe ser el resultado de todas ellas. Debe ser magia, a todos los efectos.

 

Cuando vi los AirPods por primera vez en San Francisco, me impresionaron porque me pareció un producto muy bien pensado. Habían atado todos los cabos, y eso se notaba al usar el producto: cada parte del diseño que controlaba la experiencia de usuario se había simplificado de tal forma, que era completamente natural usarlos. La tecnología había desaparecido delante de nuestros ojos, y lo que parecía un estuche era en realidad un cargador, y lo que parecían dos pequeños auriculares eran en realidad casi dos mini ordenadores con mucha tecnología como sustrato. En ciertos aspectos me recordó al primer iMac de pantalla plana. “¿Dónde estaba el ordenador?”

 

Justo después de acabar la keynote del 27 de octubre me compré mi nuevo Mac. Mi anterior ordenador había sido un MacBook Air de 2011, con el que he pasado muchas aventuras, y que me llevó a pensar que era el ordenador mejor diseñado y construido de todos los que había visto. Hoy, casi dos meses después de hacer el pedido de mi nuevo MacBook Pro, puedo decir que cada vez que lo uso, me doy cuenta de la cantidad de ideas que hay detrás de él. Aunque muchos piensen que crear una máquina de este tipo es como añadir ingredientes a una pizza, tenemos la inmensa suerte de vivir en una de las épocas más interesantes tecnológicamente hablando de la historia reciente. Son detalles pequeños, son gestos naturales que tienen su feedback correctamente contemplados en la máquina: son pequeñas formas que convierte lo que debería ser un ordenador portátil es una máquina que va más allá de lo electrónico para inspirar a quien la usa. Conmigo lo consigue.

 

Los genios, los locos, los incomprendidos. Por eso Jobs los eligió para impulsar nuestra raza hacia adelante, para buscar los límites de lo posible buscado siempre el horizonte imposible, para convertir y aprender, que una máquina también puede convertirnos en magos. Nos ofrece cosas que jamás podríamos alcanzar –como bicicletas para nuestra mente– y lo más importante, nos dice con cada nuevo truco que todo se puede hacer pero queda mucho por descubrir. Y que en el fondo, todos somos exploradores.

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